La ilusión y el cansancio brillaban con la misma luz

La ilusión y el cansancio brillaban con la misma luz, se tumbó en la arena mirando al cielo agotada después de un día de arduo trabajo, el sonido de las olas le producía una sensación de paz y tranquilidad y respiraba al compás de aquella melodía que emanaba del mar. Cerró los ojos unos segundos haciendo memoria del duro día de trabajo que había tenido y lo cierto es que llevaba ya unos días a ese nivel.

- Necesito descansar - murmuró para sus adentros.

Se tumbó sobre la arena mirando al cielo escuchando una de sus canciones favoritas, el romper de las olas en la orilla al compás de una suave brisa que le animaba el corazón. El cielo no estaba encapotado del todo, las nubes presagiaban lluvia pero entre ellas algún claro azul dibujaba formas que le recordaban momentos de su vida. La playa estaba desierta pues no era verano, de serlo aquel mismo escenario estaría lleno de gente con toallas, sombrillas y paravientos, niños jugando a la pelota y gritando. Era febrero, un mes que le inspiraba como ninguno, quizás fuera porque había nacido en aquella época hace ya unas décadas o tal vez porque había conocido al amor de su vida en aquel maravilloso mes. Una de las formas dibujadas entre las nubes le recordó a la Isla que había puesto su nombre a aquel amor de su vida e hizo memoria de aquel primer día del resto de su vida:

Sálvora se llamaba aquel peludo amor, tenía cuatro patas y era una perra desechada por un desalmado cazador, era una víctima más de los cientos de animales que cada febrero se abandonan después de la temporada de caza. Pero Sálvora había sido una afortunada que aquel febrero de 2020 encontró su lugar en el mundo después de vagar por el monte algunos días. Cuando Marta salió a pasear aquel día necesitaba buscar inspiración que no halló en su playa y cambió el escenario por monte, subió por un camino que no había explorado que estaba lleno de matorrales y cuando llevaba un trecho caminado escuchó el crepitar de unas ramas secas, al principio se asustó pero ¿qué podría haber en el monte que pudiera suponer una amenaza? Pocas cosas podrían darle miedo en un entorno natural, desde luego la jungla urbana es mucho más peligrosa por la cantidad de mala gente que pulula por sus calles acechando a los seres débiles para atracarles o tratar de abusar de mujeres indefensas... "Esto es el monte, es la libertad" pensó Marta después de volver a oír ruidos entre los tupidos matojos del lugar "no puede haber nada que me haga daño deliberadamente", luego se escuchó un lloro y más ruido de maleza.

Algo estaba tratando de salir de aquel embrollo de ramas, pinchos y hojas muertas. "Aaaay, ay" se volvió a escuchar mientras se movían algunas ramas de forma abrupta a la altura de las rodillas de Marta, no podía ver nada tan sólo intuir lo que podría hallarse en aquel lugar. Marta cogió un palo para abrirse paso hasta aquellos quejidos y no pincharse demasiado en el intento de saber qué la había sobresaltado. Después de unos minutos de tensión, lloros y movimientos abruptos se encontró a una cachorro de perro mestizo, marrón hojarasca con tintes negros y grises, el hocico más oscuro a juego con las patas y la cola, tendría unos cinco o seis meses y todavía era torpe en sus movimientos, le recordaba a un pastor belga que había tenido su padre cuando era niña.

Se agachó después de haber despejado algo aquella zona y se dejó oler por la cachorra, ella se acercó sin miedo y enseguida buscó consuelo y cariño poniendo su cabeza debajo de sus manos como pidiendo que la acariciara. Notó como aquella perra, debajo de su denso pelaje, estaba bastante desnutrida y retiró algunas ramas y pinchos que se habían quedado enredado en su pelaje, se incorporó y se puso en pie, volvió caminando al sendero por el que caminaba usando el palo de bastón para apartar la maleza que todavía quedaba por la zona de paso, la perrilla siguió sus pies y trataba de buscar contacto. "¿Te vienes conmigo guapa?" le preguntó como si la perra pudiera entenderla y le fuese a contestar, el animal siguió sus pies y se chocó contra sus piernas de nuevo para buscar aquel contacto que le había faltado mientras vagaba por entre la maleza. Caminaron un rato una al lado de la otra, la humana miraba la reacción de la perra y la perra se limitaba a seguir sus pasos pues parecía no querer quedarse sola de nuevo. "Te llevaré a casa, te pondré un nombre y te daré de comer" le dijo la humana mirando aquellos ojos tan nobles. De camino al coche la perra fue siguiendo a la mujer y de vez en cuando se paraba a rascarse y luego se apresuraba a chocarse con las piernas de la humana. Cuando llegaron al coche Marta sacó una toalla del maletero y cubrió el asiento trasero con ella, con cuidado subió a la perra al coche y partió camino de casa. Llamó a la clínica veterinaria de su amiga Sara y le dijo si tenía un hueco para examinar a aquella cachorrilla que se había encontrado en el monte, por suerte una clienta había cancelado una consulta y le quedaba sitio para poder atenderla así que dirigió el coche hasta allí. Al llegar aparcó en la puerta de la clínica, bajó un momento a la clínica a pedir prestado un collar y una correa para poder bajar a la perra del coche, cuando volvió la perra estaba dormida en asiento y le dio pena despertarla. Con mucho cuidado y cariño despertó a la perrita de aquel plácido sueño que parecía estar teniendo, puso el collar de clic de un estampado precioso y bajaron a la consulta. Una vez allí, la doctora Sara examinó a la perra y pudo comprobar lo sospechado, estaba desnutrida y además tenía bastantes parásitos sobre su piel que la estaban machacando a picotazos. Desparasitaron a la perra externamente, le dieron una lata de comida que devoró sobre la mesa de consulta sin rechistar mientras le ponían una espuma de baño en seco, comprobaban si tenía chip y llevaban a cabo todo el protocolo veterinario.

"Marta, sabes que esta perra te ha elegido a ti ¿qué nombre vas a ponerle?" le dijo Sara a su amiga a lo que no supo contestar... "No había pensado nunca en tener un perro, y no sé si quiero quedármelo en estos momentos de mi vida" titubeó Marta. "Tener un perro en tu vida es conocer el amor verdadero, ya sabes que siempre te lo dije. Deberías dejarte querer por ella y disfrutar el amor incondicional de este ser" dijo la doctora de forma que Marta no pudo negarse. "Me gustaría ponerle el nombre de una isla que signifique algo para mí pero no se me ocurre" dudó un segundo mientras su amiga Sara le decía "No decías que tus abuelos vivían en una isla en la Ría de Arousa hace ya muchos años y que tuvieron que emigrar por la falta de recursos, ponle el nombre de aquella isla si te parece". "Gran idea, Sara. Le llamaré Sálvora, me parece un nombre precioso".  Desde entonces su vida cambió a mejor.


Un cuento para HoliMona una gran ilustradora https://holimona.com/

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